Una lucha silenciosa
Por Noor Yahann
¿Cómo puede una enfermedad ser tan cruel? ¿Cómo puede definir tu día a día?
Cuando está enfermedad llega a tu vida, llega un punto en que incluso levantarte de la cama se convierte en una hazaña titánica. Los dolores son más agudos de lo que cualquiera podría imaginar, y no hay remedio. Pero quizás lo más devastador es la falta de comprensión. Nadie puede ponerse en tus zapatos; nadie puede caminar tus pasos. Nadie puede sentir tu dolor.
Tengo muchos síntomas que realmente me invalidan. Que quizás con el tiempo valla describiendo en este blog.
Sin embargo, a fuerza de llantos ocultos, sigo adelante.
Hoy quiero hablar del dolor miofascial, ese que se instala en los huesos de la cara, convirtiendo cada día en una batalla.
El rostro como epicentro del dolor
El dolor miofascial puede ser insoportable. En lo que a mí respecta y dentro de mí experiencia. Abarca el maxilar, la mandíbula, los dientes, los pómulos, las sienes, la frente, el esfenoides, el hueso frontal, el hueso temporal que se extiende hacia el oído (lo que hace imposible usar auriculares), y hasta el hueso nasal. Algunas mañanas me levanto y siento que soy un zombi. No tengo reacción, solo dolor.
Cuando busco respuestas, me dicen: “Es neuralgia, tómate una aspirina y se te pasa”. Pero no se pasa. El dolor puede durar días. Las migrañas acompañan este tormento, trayendo consigo una sensibilidad extrema a la luz y a los ruidos.
Este dolor no solo afecta el cuerpo; te roba la claridad mental. Hay días en que no puedo mantener la concentración ni en una simple conversación. Me mantengo impávida, ausente, asintiendo o negando con la cabeza mientras mí mente lucha por mantenerse a flote. Mí rostro, antes lleno de vitalidad, ahora luce pálido y ojeroso. Pero nadie lo nota.
El desafío de seguir adelante
A pesar del dolor, sigo mí rutina. Salgo, hago las compras, pongo más atención en los precios, cuando pago y cruzo la calle, porque estoy dispersa y mí capacidad de reacción es lenta. Vuelvo a casa y allí están los que haceres diarios, los platos, la ropa, la comida, mí familia amada, y esa lista interminable de tareas. Todo esto mientras el dolor persiste, como si mí cráneo estuviera roto y yo intentara, sin éxito, volver a unir los pedazos.
Me esfuerzo por sonreír, por fingir que todo está bien. Y cuando alguien pregunta cómo estoy, respondo: “Estoy bien”. Pero por dentro me pregunto: ¿cuándo va a terminar? ¿Cómo hago para seguir?
Más que un diagnóstico: una lucha por la dignidad
El dolor miofascial y la fibromialgia no son solo diagnósticos médicos; son realidades que transforman la vida. Quienes las padecemos no buscamos lástima, sino comprensión. No pedimos soluciones mágicas, sino empatía.
Porque detrás de cada sonrisa que logramos dibujar, hay una historia de lucha. Porque seguimos adelante, incluso cuando cada paso duele. Porque aunque parezca que la enfermedad ha tomado el control, aún somos más fuertes que ella.
Mí historia no termina aquí, porque cada día encuentro una razón, por pequeña que sea, para levantarme, para seguir luchando, y para recordar que, aunque el dolor sea parte de mí, no me define.
Noor Yahann
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